El viaje empieza en la Parroquia ¨La Cena del Señor¨, lugar
donde habíamos quedado para ir todos juntos al aeropuerto. Nos despedimos de
los padres y nos vamos dirección al aeropuerto. Todos estamos muy ilusionados
por ir a Italia. Para muchos es la primera vez en avión y eso le da más emoción
a la hora de despegar.
Bajamos del avión, salimos del aeropuerto y nos subimos a un
autobús. No paramos de mirar por las ventanillas para ver los alrededores. El
paisaje nos recuerda mucho a España ya que la vegetación es totalmente
mediterránea.
Una vez en la residencia subimos a las habitaciones. Estaban
todas muy bien, en concreto la mía que tenía 4 camas porque dormíamos 3 y era
la más grande. Pero lo mejor eran las vistas. Todos subimos las persianas y
vimos la panorámica que teníamos en frente. Se veía todo Nápoles a nuestros
pies, con el mar a la izquierda y en el fondo, presidiendo el entorno, el
Vesubio. El piso en el que estábamos tenía una terraza común que también
contaba con unas vistas especialmente bonitas.
Después comimos en el comedor. Nos separamos en diferentes
mesas. Todos sabíamos que los italianos comían mucha pasta, pero algo que me
sorprendió mucho fue que ya fuera comida o cena, nunca faltaba un plato
contundente de pasta. Al principio creímos que solo serían los primeros días,
pero a medida que avanzaba el viaje, la comida siempre tenía la misma
estructura: De primero un plato de pasta, de segundo un plato de carne o
pescado (pero generalmente carne) y por último fruta o pastel.
Nada más terminar de comer nos llevaron la Villa de Ariadna
y a la Villa de San Marco. Una vez allí, el guía nos explicó cada rincón de las
casas, mezclando la vida diaria de los estabianos de la época romana con la
historia. Las partes de las ¨villas¨ no estaban situadas exactamente igual a la
de los libros que habíamos estudiado, pero, aun así, eran perfectamente
reconocibles. Me interesó mucho que nos enseñaran la diferencia entre la parte
donde vivían los señores de la casa; habitaciones más espaciosas, con las
paredes llenas de pinturas chillonas como el rojo, amarillo, azul y el negro,
una iluminación perfecta… Y la parte de los esclavos que era más pequeña, con
pasillos muy estrechos y habitaciones sin ninguna pintura aparente. Me pareció
que el contraste entre unos y otros se refleja perfectamente y que ha permitido
que los arqueólogos tengan más datos de la vida cotidiana de la gente de esta
época. Haciendo un poco más de hincapié en las pinturas de las estancias de la
casa, me parece que es increíble lo bien que han sido conservados los colores
vivos y las figuras que podían representar tanto mitos, como la vida diaria,
como divinidades a las que veneraban, sobre todo sabiendo que estas viviendas
pasaron por múltiples terremotos. Me llamó mucho la atención ver algunos
agujeros en las paredes, pero nos explicaron que, en las primeras excavaciones
los arqueólogos no sabían dónde estaban situadas todas las puertas de la casa,
por lo que hacían agujeros por los que pasar. Un ejemplo muy claro era una gran
grieta en la cocina.
Hablando de la lujosa vida de los dueños, el guía nos contó
que la gente que vivía allí comía especialmente bien, ya que tenía el mar al
lado que les proporcionaba peces y también que mercaderes de otros lugares les
abastecían con especias, la tierra de alrededor era fértil y contaban con todo
tipo de animales de granja. Cuando celebraban banquetes, se preparaban tantos
platos como se pudiera, porque, aunque los invitados estuvieran plenamente saciados,
se metían plumas de pavo real en la boca, vomitaban lo anteriormente engullido,
y sin ningún reparo, volvían a tragar lo que los esclavos fueran llevando a la
mesa.
A pesar de lo grande y bonitas que fueran por dentro las
¨villas¨, lo que a mí más me impresionó fue el jardín. Estaba rodeado por un
pórtico, en el que se hallaba un pequeño salón. Nos contaron que habían
excavado hasta encontrar las raíces de los árboles, y que, gracias a estos
restos, podían datar los años de estos, y el lugar en el que estaban.
Al terminar con la actividad nos fuimos a pasear por
Estabia. La primera impresión que yo tuve fue que había mucha pobreza
alrededor, muchas de las casas estaban medio derruidas y la playa estaba llena
de basura. Pero a medida que íbamos paseando, encontrábamos rincones con
encanto, fotos perfectas del atardecer y una heladería de la que todos salimos
con una sonrisa.
Esto solo fue el primer día del viaje. Pero los demás fueron
igual de intensos y emocionantes. Creo que esta travesía por Nápoles nos ha
aportado más de lo que podíamos imaginar. Nos ha enseñado a interpretar la vida
romana desde otro punto de vista que no fuera leyéndolo en un libro de texto,
sino desde las raíces, andando por sus grandes ¨villas¨, recorriendo sus largas
calles en Pompeya, sentándonos en sus asientos en el gran teatro y escuchando
los instrumentos que ellos interpretaban gracias a los expertos que nos han ido
formando durante nuestra estancia. Este
viaje también nos ha ayudado a comprender la gran labor de los arqueólogos,
participando en una excavación simulada y también con las explicaciones que nos
daban acerca del método que utilizaban para saber todo tipo de cosas, desde las
pinturas de las paredes, hasta los árboles plantados en los jardines. Ha sido
una experiencia irrepetible.
Paula Mercader
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