No todos somos conscientes de la
importancia que esta ciudad tuvo para nuestras vidas. Yo misma me centraba más
en la erupción del Vesubio y en la catástrofe que supuso, en vez de la vida que
hubo antes.
Nuestro viaje ya había comenzado la mañana
anterior con nuestra llegada a Stabia. Todos estábamos nerviosos ya que
llevábamos aproximadamente medio año preparándonos para aquel día.
Después de desayunar en el RAS un café que
cualquier italiano se avergonzaría de decir que se había hecho allí, cogimos el
bus hacia Pompeya. Durante el viaje se podía apreciar los niveles de emoción
que había en cada uno de nosotros, desde el que estaba aprovechando para dormir
un rato hasta las que cantaban ritmos latinos a todo volumen.
Así pues, alrededor de las 9 de la mañana
llegamos a la ciudad.
Recuerdo perfectamente que cuando llegué lo
primero que se me pasó por la cabeza fue “Esto está más lleno de gente que la
plaza Mayor en Navidad”. Era temprano, y mi cerebro no se fija en cosas más
allá de cinco metros en esas horas.
Poco a poco nos fuimos alejando de esa
multitud de personas para dar paso a otras que no estaban precisamente vivas…
Cada piedra, cada mota de polvo, cada resto
había sido analizado y observado con tanta minuciosidad que había una cantidad
de información inmensurable. Ninguno de nosotros imaginaba las claves que estos
hallazgos habían supuesto para recrear la historia, nuestra historia.
Sinceramente, los romanos se lo montaban
todo bastante bien. Sabían cómo sacarle el máximo provecho a sus domus de manera que, aunque no tuvieran
la tecnología de la que disponemos hoy en día pudieran asemejarse bastante. A
medida que íbamos avanzando aprendíamos también sobre la etimología de algunas
palabras.
Por ejemplo, los prostíbulos se denominaban
lupanares porque se decía que las mujeres que allí trabajaban aullaban como lupae (lobas) a los transeúntes que por
allí pasaban. Curioso.
Pero hubo un momento que se me ha quedado
grabado y creo que fue una de las claves por las que me he podido dar cuenta de
la importancia de esta ciudad, es un recuerdo ahora pero que nunca se me
olvidará.
Estábamos mi amiga Paula y yo en los baños
y al salir encontramos una valla que estaba entrecerrada. Nuestras ganas de
explorar aumentaron considerablemente y, tras mirarnos un segundo, echamos a
correr hacia aquel lugar. De repente, ambas nos encontramos vislumbrando la
panorámica (o lo que ahora se llama skyline)
de Pompeya. Vesubio detrás de nosotras vigilándonos atentamente, al norte Nápoles,
al sur Estabia. Era una vista increíble que le hubiera gustado a cualquier
humano, y fue gracias a esto por lo que entendí que hubiera habido gente que,
como yo, se hubiera enamorado de esto, y que hubiese decidido vivir aquí.
Yo no dejé más que marcas de suelas, pero
ellos nos obsequiaron con muchos regalos, arquitectónicos, científicos y
artísticos que hoy en día siguen perdurando. Así que, qué menos que darles las
gracias a ellos y a ese maldito volcán que me vigilaba y que custodia la
ciudad.
Lucía López de los Mozos
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