sábado, 25 de marzo de 2017

Cuando el Vesubio quiso entrar en la historia

Esta es la historia de una ciudad que pasó a la Historia por su final, por cómo terminó, por la manera tan, digamos, cinematográfica, de su destrucción. Cuando consultas en cualquier lugar algo sobre Pompeya, lo primero que te encuentras es con el día, y casi la hora, de su fin. También es verdad que, gracias a esa manera tan peculiar de acabar, podemos ahora saber cómo era la vida de aquellos pompeyanos. Y saberlo de una forma bastante exacta y verídica. En Pompeya sus ruinas dejan poco lugar a la imaginación, tal y como sucede en tantos lugares del mundo antiguo donde dos columnas, un trozo de muro o algún resto de mosaico son los escasos ingredientes que nos hablan de un templo, una muralla o una casa.
Esta es la historia, por tanto, de una ciudad en unos tiempos de total esplendor del Imperio Romano; cuando el dichoso Vesubio reventó el emperador Tito acababa de llegar al poder. Por cierto, que cuentan las crónicas que se portó muy bien con las víctimas de la tragedia de Pompeya, que ya había sufrido un terremoto en el año 62. Entre eso y la política de construcción de grandes monumentos en Roma durante su breve mandato de dos años parece que fueron suficientes para que a su muerte lo proclamaran dios.
Aunque Estrabón nos dice que ya en el siglo VII antes de Cristo había un asentamiento, Pompeya no llegó a ser una ciudad del Imperio hasta el año 80 antes de Cristo. Su buena situación geográfica hizo de ella un importante paso de mercancías, que llegaban por vía marítima y que eran enviadas hacia Roma o hacia el sur de Italia siguiendo la cercana Vía Apia.

Templos, casas de comerciantes, grandes avenidas, termas… a Pompeya no le faltaba de nada para ser una gran ciudad romana. Y todo eso se levantó en poco más de 150 años. Sus ruinas, gracias al Vesubio, nos lo cuentan todo. Incluso que algunos de sus habitantes no fueron capaces de ver la que se les venía encima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario